Carta de despedida a Luis Fernando Guijarro López

De Rafa Torres

Jamás imaginé que tendría que redactar una carta de este tipo. Estaba habituado a saludarte de manera cordial, a relatarte todas mis inquietudes, las que siempre tengo en mente, y tú a escucharme atentamente y responderme con tu sonrisa. Esa que te distinguía y mostraba lo excelente persona que eras. 

Nos encontramos cuando la vida nos despertaba. Tú y tu hermana Nati acababais de llegar de Altarejos a Cuenca para comenzar ambos vuestros estudios. Nos encontramos como vecinos de los antiguos, compartiendo tu casa con la mía, y viceversa.  

Jamás pensé que el campo que tanto amabas, esa tierra que formó tus manos y tu espíritu, te llevará de manera tan brutal. Altarejos, tu universo, tu origen, tu espacio en tu mundo, tu todo, llora contigo. Resuena por ti. 

Hoy, mientras el silencio se acomoda en las eras y sendas, mientras el sol golpea los bancales esos que tantas veces te han visto faenar, y que perciben que algo se ha roto.  Algo que no se puede recomponer con palabras ni con el paso del tiempo. Terrones de tierra en luto a los que tu dabas vida.  

Porque te has ido, con tu serenidad, tu sonrisa franca, tus anhelos de vivir y trabajar, tal como siempre has hecho: sin estridencias, con dignidad, con amor por lo tuyo, que también era de los demás. 

Eres de los que no necesitaban hacerse notar para dejar huella. Tu compromiso con el campo no era un trabajo, era una forma de ser, de entender la vida. Sembrabas más que cereales o trigo: sembrabas amistad, cariño, respeto. Y ahora, en el dolor de tu pérdida, florecen recuerdos: los abrazos compartidos, las conversaciones al caer la tarde, las fiestas del pueblo, tu voz, tu presencia.  

Sabemos que no hay consuelo suficiente para una marcha así. Pero también sabemos que quienes te quisimos-y somos muchos llevamos tu ejemplo como un legado. Tu nobleza, tu humildad, tu manera de mirar la vida con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Esa será tu herencia. Y en cada surco, en cada trozo de tierra, en cada amanecer sobre la llanura de Altarejos, seguirás estando.  

Y cuando algún día el viento sople sobre el trigo, y la cebada, cuando el sol se ponga detrás del cerro de tu casa, sabemos que sigues ahí, velando por los tuyos desde lo alto, con la paz de los hombres buenos.  

Te fuiste demasiado pronto, pero aquí, donde el corazón aprieta y la memoria no se olvida, nunca dejarás de estar.  

Descansa, amigo. La tierra que tanto cuidaste te abraza ahora para siempre. Con inmenso dolor, pero con más amor aún.  

Hasta siempre, Luis Fernando.  

Tu vecino del tercero que tanto te quiso.  

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