Te has marchado el último domingo de junio, cuando el verano empieza a asomarse y la vida parece que debería celebrarse. Pero a veces, la vida se empeña en llevarse a los mejores antes de tiempo. Te enfrentaste con valentía a ese enemigo cruel que se instaló en tu cuerpo. Lo combatiste con la entereza que siempre te caracterizó, sin perder ni un ápice de tu amabilidad, tu humildad, tu coraje sereno. Fuiste ejemplo de lucha, de dignidad y de aceptación.
Aún recuerdo aquel último abrazo, Jueves Santo, en plena Carretería. Te pregunté por el «bicho» y tú, con la misma franqueza de siempre, me dijiste que seguías luchando. Nos abrazamos como lo hacen los amigos que saben que no habrá otro encuentro aquí abajo, pero que se guardan un guiño para cuando vuelvan a verse. No hubo palabras de despedida. No hacían falta. Hablaron los ojos, y hablaron los silencios.
Tu vida estuvo marcada por el deporte, por la entrega, por el compañerismo. Fuiste del balonmano, sí, y del fútbol sala, y del ejercicio diario. Pero sobre todo, fuiste del juego limpio, del esfuerzo compartido, del equipo. Quienes te conocieron en el BM Cuenca o en el «Embudo Verde», quienes te vieron entrenar, competir, animar, saben que no exagero cuando digo que eras todo corazón.
Y en lo humano… qué difícil será no encontrarte ya por Carretería, con tu inseparable Merino, tomando un café, hablando de lo cotidiano. Qué duro será no verte cruzar con ese andar tranquilo, con tu eterna sonrisa, saludando a todos. Porque eras, por encima de todo, buena gente. De esas personas que dejan huella sin alzar la voz, sin buscar protagonismo, solo siendo tú.
Criado en Santa Ana, junto al parque del Vivero, heredaste de tus padres, Antonio y Concha, no solo la nobleza, sino esa forma tan tuya de cuidar a los demás. Hoy, seguro, ya estás con ellos. Y con la paz que mereces.
Desde aquí, quiero enviar mi más sentido pésame a tu familia, a tus hermanos, a tus amigos más cercanos, a todos los que compartieron contigo la vida y hoy sienten el peso inmenso de tu ausencia. Nada podrá llenar el hueco que dejas, pero nos queda el consuelo de haberte conocido y querido.
Fernando, te recordaremos siempre. Con la sonrisa que nos regalaste. Con la serenidad con la que viviste. Con el cariño con el que nos trataste.
Y cuando nos reencontremos, allá donde tú ya estás, que sea como aquella última vez: con un abrazo callado y una mirada cómplice.
Hasta siempre, amigo. Gracias por tanto.
Entierro funeral, hoy 30 de junio, a las 17: 30 horas, en la parroquia de San Esteban. Capilla ardiente en el Tanatorio Alameda, Ronda Este.